martes, 11 de mayo de 2010


Todo acontece de la misma manera a todos; un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno, al limpio y al no limpio; al que sacrifica y al que no sacrifica; como al bueno, así al que peca; al que jura, como al que teme el juramento.


Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol, que un mismo suceso acontece a todos, y también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez en su corazón durante su vida; y despues de esto se van a los muertos.


Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto.


Eclesiastés 9:2-4


¡Qué palabras duras pero llenas de verdad utiliza el predicador! A veces, palabras que no todos queremos escuchar, ya sea por temor a la muerte, ya sea porque nos creamos diferentes entre nosotros en algún aspecto; lo que es cierto es que la muerte como acontecimiento nos llega a todos, es algo inevitable, es algo irreparable, es un terrible legado que nos dejaron nuestros primeros padres allá en un rincón del huerto de Dios, allá en Edén.

Sí, la muerte física es una de las consecuencias terribles de la desobediencia, pero no es la única, el castigo mas duro fue la separación de Dios; si nosotros consideramos que la muerte física es una separación del mundo de los vivos, la muerte espiritual es una separación eterna, donde ya no hay esperanza.

Pero Dios en su infinito amor, y a pesar del desprecio de su criatura, dejó un camino abierto para poder volver a El, ese camino termina en un monte, en cuya cumbre se ve una silueta, es la silueta de una cruz... es su propio hijo el que cuelga de allí, es allí donde podemos volver a encontrarnos con Dios.

Y allí es donde Dios nos espera, cada día, a cada momento, con la esperanza que deseemos volver a El.